Somos espejos rotos
Número 92 - Marzo 2007
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Primero fue el espacio sin límites, la percepción del cerebro emocional, intuitivo, en el que nada encierra a nada, en el que Cielo y Tierra son una misma cosa, en el que todo es ventana sin marco. Pero nos llegó luego la percepción causal, dicotómica, razonadora, con sus tabiques, fraccionando el todo, segregando la Tierra del Cielo y al hombre de Dios. Y se erigieron grandiosas catedrales símbolo del universo causal. Así que al otro lado de la bóveda de la catedral, el Cielo. Dentro de la catedral, entre sus muros, la Tierra. Y como fraccionar es desunir hubo que abrir huecos en la tierra para que pudiera llegar a ésta la luz del cielo. Y surgieron las ventanas. Y con ellas las vidrieras alquímicas que pretendían recoger la luz pura del Cielo –sin distorsiones– y lograr así llenar con ella la Tierra, esa cámara oscura que era el interior de toda catedral. Fue el primer cinematógrafo en el que tan sólo había luz y un objetivo que intentaba recogerla en toda su pureza.

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