Sí, todos hacemos daño
Número 91 - Febrero 2007
Tiempo de lectura: 4 minutos
Ocurrió en primavera. Cerca de casa hay un parque urbano, uno de esos jardincillos entre coches que permiten tener un banco donde sentarse y un árbol que contemplar. Y ese día en que el tibio sol de media tarde era una llamada al descanso decidí responder a ella. Como de costumbre, cogí casi al azar un libro entre esas cumbres de papel que trepan por las paredes de casa y me fui a ese parque cercano. El libro resultó ser los fragmentados textos de Heráclito, el filósofo de la antigua Éfeso. Y tuve suerte. Había un banco libre en el que sentarme de manera que allí estaba -con los ojos entornados, filtrando el sol y con el libro a un lado- cuando una voz me sobresaltó:

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